John Berger escribe con pasión, conocimiento y experiencia sobre el dibujo, su primer gran amor creativo.
John Berger nació en Londres en 1926 y murió en París, a los 90 años de edad, el 2 de enero de 2017. Es recordado como uno de los críticos de arte más celebres del siglo XX y es autor de la obra Modos de ver (1972) que revolucionó la teoría del arte y se convirtió en un popular programa de televisión que él mismo presentó.
A los 6 años de edad fue enviado por sus padres a un internado del que se escapó a los 16 años para estudiar arte en Londres. Comenzó sus estudios de dibujo en 1942 pero pronto, entre 1942 y 1946 participó en la Segunda Guerra Mundial. A su regreso a Gran Bretaña, desde los 20 a los 30 años, ejerció como profesor de dibujo, al mismo tiempo que trabó vínculos con el Partido Comunista Británico y comenzó a escribir en la revista Tribune bajo la supervisión de George Orwell. Entonces decidió abandonar la pintura y dedicarse a escribir a tiempo completo destacándose como crítico marxista y defensor del realismo. Él ha sostenido que fue la situación política del momento lo que le impulsó a tomar este camino y no tanto su desinterés por la práctica artística.
El libro titulado Sobre el dibujo (Editorial Gustavo Gili, 2007) presenta una colección de textos sobre el que fue su primer amor, al que ha dedicado mucho tiempo de experiencia sensible, de reflexión y de reveladora escritura.
Nos dejaremos llevar, guiados por la clara prosa de Berger, por su singular y orgánica selección de observaciones, que nos permitirán hacer un recorrido –no sin asombro– desde el más remoto pasado hasta el más apremiante presente. Desde los albores de la especie humana hasta el significado del dibujo al natural, de la obra de dos artistas como Watteau y Van Gogh que ilustraron como pocos con su vida y su arte la fugacidad de la vida y el enamorarse de la sencillez de lo existente, desde la relación entre imagen y palabra hasta el gran debate que debería estar mucho más presente hoy día entre el dibujo y la fotografía.
Dibujar como niños
Dibujar en la escuela es algo que nos parece hoy día habitual pero es históricamente reciente. Viene dado por la influencia de la revolución pedagógica que se inició en el siglo XIX y se impuso en los sistemas educativos en el siglo XX. En algún momento de nuestra infancia hemos dibujado como niños y lo hemos hecho antes de empezar a escribir y a leer. Algunos padres fomentan en el niño el dibujo como juego, al mismo tiempo que pedagogos y psicólogos han destacado su valor. Aunque lamentablemente, este aprendizaje no se mantiene en muchos casos cuando debemos aprender otras materias que se entienden como más relevantes para la futura vida profesional.
El dibujo en la niñez es un dibujar inconsciente, es más bien, comunicar, dejar salir percepciones mediante signos visuales. Por el contrario dibujar deliberadamente es una investigación tentativa y consciente sobre las formas que vemos y las estructuras que las componen. Se trata de ver si nuestra mano responde a nuestro ojo en nuestros intentos de captar la realidad pero también, tratamos de comprobar si la mano descubre su propio saber moverse y con ello el ajuste del interior y el exterior.
El dibujo nos recuerda el tiempo en el que éramos libres para jugar e investigar con placer sobre la estructura sensible del mundo que empezábamos a descubrir. Era el momento cuando no podíamos entender ni expresar con palabras lo que sentíamos. Por esta razón el dibujo nos sirvió para dar salida a lo que no se puede decir con palabras y nos sirve también para disfrutar de un ensayar sensible. Quizá por eso el dibujar es capaz de despertar una sensación nostálgica, de recuerdo de la infancia y de nuestro desarrollo formativo.
John Berger escribe sobre el dibujo infantil en el capítulo titulado Langosta y tres peces donde dialoga con su hijo Yves:
Los niños experimentan el dibujo de manera parecida: juegan. No les interesa el resultado. Los niños construyen cosas por el placer construirlas, no para poseerlas.
Sería estupendo que pudiéramos hacer lo mismo, pero tenemos que admitir que no nos es posible. Como adultos no podemos olvidar que nuestras acciones tienen resultados. Y no podemos olvidar lo malos que pueden ser esos resultados. Somos conscientes de ello y por eso estamos divididos. No podemos estar completamente en la corriente. Tenemos que mirar atrás e intentar comprender algo acerca de donde hemos estado. Desarrollamos una experiencia que nos permite corregir. Corregir los malentendidos que genera nuestra conciencia.
Dibujar tiene que ver con devenir, con hacerse, precisamente porque no podemos ser un niño, un loco, un animal, una montaña. Pero si podemos hacernos montaña. Y con un poco de suerte incluso podemos hacernos el aire que envuelve la montaña o el águila que sobrevuela en círculos. Creo que este ha sido uno de mis sueños, el sueño de un chaval nacido en las montañas: volar en círculos mucho más altos que las montañas. [p. 115-116]
¿Cómo apareció este impulso en los albores de la humanidad, en el humano niño? ¿Cómo se desarrolló el arte necesario para materializar en trazos, formas, colores, sombras, matices, presencias y relaciones el continuo de la experiencia?
Tanto antes como ahora, no es algo que nos toque a todos, solo algunos ven más allá por todos nosotros. Pero solo porque todos intentamos construir nuestra visión y nuestro sentido es por lo que en ocasiones, en este juego de luces y sombras, damos con una cierta singularidad reveladora. Para responder esta pregunta debemos volver atrás, al menos 28.000 años en el tiempo.