Nassim Taleb defiende la necesidad moral y práctica de sociedades y sujetos que asuman los riesgos –y las consecuencias de sus decisiones– continuando con el desarrollo de su obra anterior: Antifrágil: Las cosas que se benefician del desorden.
Nassim Nicholas Taleb estudió matemática financiera en la Universidad de París y obtuvo un MBA en la Escuela de Negocios Wharton de Estados Unidos para posteriormente trabajar en Wall Street durante varias décadas como especialista en inversión basada en métodos cuantitativos. Desde hace unos años se ha dedicado en su carrera de escritor e investigador en el Instituto de Ciencias Matemáticas de la Universidad de Nueva York.
Su perfil académico parece, a primera vista, el de un inversor financiero muy poco interesado en los porqués y en la crítica filosófica. Esto es lo que debió pensar Susan Sontag cuando por casualidad se encontró con él en un programa de radio y lo descalificó, sin escuchar su discurso, diciendo que ella estaba «totalmente en contra de la economía de mercado» y que no tenía interés en compartir mesa con un personaje como este. ¿Cómo puede estar uno en contra de un sistema en el que vivimos irremisiblemente implantados, con sus cargas pero también con sus beneficios? ¿O es que Sontag no ha escrito y vendido libros? ¿No ha participado en empresas editoriales publicando artículos que sin duda funcionan dentro de la economía de mercado? Si duda que sí y por ello, al contrario de lo que pensó la doctorada por Harvard en su día, la experiencia, los intereses y las posiciones del autor me resultaron desde un principio de gran interés filosófico y práctico.
Taleb expone en sus libros su experiencia en un campo tan real y peligroso como la inversión financiera, con la que ganó su seguridad para dedicar tiempo a leer y a escribir su obra. En estas se aprecia gran curiosidad por campos de estudio tan alejados de los propios del inversor común, como la filosofía o la cultura clásica, y un gran desprecio por los impostores de nuestro tiempo que protegen su posición a costa de sostener ciertos mitos sobre la toma de decisiones, el progreso y el control de riesgos. Algunos le clasifican como empirista escéptico, emparentando su obra con nombres de la tradición como Sexto Empírico, Algacel, Pierre Bayle, Montaigne o David Hume. A pesar de que encontramos estas referencias filosóficas en sus libros, Taleb ha ido construyendo su discurso a partir de la experiencia en un campo tan proclive al desorden de burbujas y crisis económicas, como es la inversión bursátil. Su posición práctica sobre el conocimiento y la decisión se sitúa en contra del racionalismo (entendido como teoreticismo y academicismo desconectado de la práctica) y nos dice no podemos predecir el futuro a partir de la experiencia del pasado.
Exponer la piel a los riesgos del juego
En Skin in the Game (publicado en inglés en febrero de 2018 y aún no traducido al español) nos encontramos con una exposición en ocho libros que comienza alabando la siguiente regla moral (no como ética, sino como costumbre): cada uno debe asumir las consecuencias de sus propios actos y de los riesgos que estos producen (Libro 2: Why Each One Should Eat His Own Turtles?). Sin duda parece un criterio de justicia, pero en más ocasiones de las deseables esta regla no se cumple, sobre todo debido a la capacidad de algunos sujetos situados en puestos de responsabilidad de disponer de recursos que les permite protegerse contra la aplicación de medidas correctoras de la desigualdad, de las que estos son causantes, o de la mera asunción de sus responsabilidades. Esta regla es el núcleo argumentativo de esta última obra del autor: que nadie pueda librarse de las consecuencias de sus acciones cuando estas perjudican a otros, ni que nadie que es responsable de riesgos y de efectos negativos pueda eludir sus responsabilidades. Como ejemplo de esta norma moral, Taleb nos recuerda las bondades del antiguo código babilonio de Hamurabi frente a las reglamentaciones contemporáneas, que especificaba –entre otros aspectos– que si el edificio erigido por un constructor se derrumbaba con sus moradores dentro, el constructor debía correr la misma suerte.
Esto, claro está, va en contra de la mayoría de prácticas modernas y contemporáneas, como pueden ser la interpretación de las penas encaminadas a la reeducación social (desde la doctrina de Cesare de Becaria en adelante) hasta la práctica médica en la que el paciente tiene que aceptar, por medio de un acuerdo legal específico, que el médico pueda cometer errores que acaben con su vida, pero que quizá también, aciertos que puedan salvársela. En este sentido es el paciente más que el médico quien asume el riesgo pues sin una cierta seguridad, no intervendrá. En este punto Taleb desarrolla una argumentación contra la industria farmacéutica y la toma de decisiones en función de los parámetros de las analíticas clínicas para las que hay incentivos perversos y opacidad en la atribución de efectos y responsabilidades.
Ante esto podemos preguntarnos, ¿habríamos llegado tan lejos en nuestro desarrollo histórico si no se hubieran asumido ciertos riesgos? ¿Qué riesgos ha merecido la pena asumir y cuáles son realmente un cisne negro en ciernes, un evento altamente destructivo producto de riesgos acumulados? ¿Qué riesgos no debemos seguir asumiendo a ciegas?
Son estas las preguntas que nos recuerdan lo complejo de los contextos a los enfrentamos y sobre los que nunca tendremos argumentos claros y decisivos sobre su coste/beneficio.
Estar vivo supone asumir ciertos riesgos
Siguiendo el análisis de Taleb –que pocas veces se había escuchando antes con esta claridad– hoy en día muchos líderes, expertos y académicos, que han conseguido librarse de la responsabilidad sobre de sus acciones, nos «fragilizan», esto es, aumentan nuestra debilidad ante la ocurrencia de crisis sistémicas. Y lo que es peor, intentan engañarnos sosteniendo que ciertos riesgos son controlables y pueden ser asumidos. Desde los consejeros financieros, la mayoría de los economistas que trabajan sobre un campo como la realidad histórico-económica en el que no es posible la verificación científica, los impulsores biotecnologías como los transgénicos, que no pueden asegurar el impacto futuro que estas pueden llegar a tener, o hasta académicos como Thomas Picketty, que se han dedicado a estudiar la desigualdad y aparentan ser herederos del marxismo, aunque su acomodada posición de profesores universitarios les ha librado de vivir en primera persona la desigualdad y sus consecuencias. Todos ellos son responsables de muchas tendencias e interpretaciones con enormes consecuencias negativas según el autor.
Por el contrario, Taleb alaba la asunción de riesgos y la responsabilidad sobre sus actos de figuras como los griegos que tenía el lema pathemata mathemata («guía tu aprendizaje por medio del dolor»). Warren Buffet, que dice que para invertir primero hay que sobrevivir. O también, enumera con su humor característico, «los especialistas en gramática española, los maestros auxiliares, los supervisores en las fábricas de hojalata, los asesores nutricionales vegetarianos o los secretarios de los ayudantes de distrito [que asumen] sus riesgos y pagan sus pérdidas».
La última entrega de la serie Incerto
Skin in the Game es cuarto libro de la serie de obras que su autor engloba bajo el título Incerto. Esta podría ser una de las más sintéticas y potentes del autor al destilar los principios y las posiciones críticas expuestas en las anteriores con más extensión, pero resulta a mi parecer menos potente que aquellas, a las que refuerza con nuevos ejemplos, pero sin avanzar en una sistematización filosófica más sólida, ni profundiza en los argumentos sobre los nuevos casos, como se esperaría de esta última etapa.
Las obras anteriores, que siguen pareciéndome más relevantes, son por un lado El cisne negro: El impacto de lo altamente improbable (Booket, 2012), donde Taleb expuso los grandes peligros y desequilibrios a punto de explotar que hay en múltiples ámbitos de nuestra realidad contemporánea, y por otro, Antifrágil: Las cosas que se benefician del desorden (Booket, 2016), que define muy bien los esquemas teóricos y las prácticas que pueden hacernos menos frágiles frente a los peligros ocultos en la complejidad del presente.
En Antifrágil identifica este término, la «antifragilidad», aquello que no es frágil, ni proclive a romperse fácilmente, como el más específico que podemos utilizar para identificar esa propiedad deseables que distingue a los sistemas que son capaces de soportar el impacto de lo impredecible. No se trata exactamente ni de resiliencia, término muy popularizado por psicólogos, ni de la robustez, término más propio de ingenieros.
A pesar del interés y la relevancia notable de las obras de Taleb, especialmente en lo que se refiere al diagnóstico mitos, y al fundamento práctico de sus críticas, que debemos intentar aplicar a todos los contextos prácticos en los que vivimos, es de lamentar que confíe demasiado en las anécdotas como recurso narrativo para desarrollar su discurso en lugar de preocuparse por analizar los argumentos y contra argumentos sobre cada tema abordado. En todas sus obras, Taleb abusa de la ironía aforística, de la contraposición sintética de posiciones y el discurso por medio de anécdotas, en lugar de trabajar en sistematizaciones filosóficas abstractas, lo que hace que sus críticas resulten claras y fáciles de captar en un primer momento, pero también se queda corto, al prescindir de un desarrollo más exhaustivo.
Pero si podemos quedarnos con lo mejor de su discurso y su posicionamiento, que nos hace ver que lo realista, lo ligado a la realidad de las cosas, es aprender a vivir en medio de aquellas circunstancias que ganan con el desorden, con la asimetría, sin incurrir en construcciones teoreticistas o formalistas, librándonos de mitos engañosos y retóricos, que pretenden eliminar las excepciones a la regla, o en definitiva eliminar todo desconocemos inevitablemente, salvo que aspiremos a la utopía. Debemos convivir respondiendo a los cambios dinámicos de nuestro ecosistema, a la adaptación y cercana a la Historia Antigua, pero no a la época prehistórica, a la barbarie, como sostuvo Rosseau y sus continuadores actuales.