El mundo del libro está viviendo la transformación digital con más lentitud que otros sectores pero el cambio es inexorable. Ante estas perspectivas, librerías y bibliotecas tendrán que adaptarse para defender su relevancia presencial como espacios de contacto social.
Pantallas, ferias y librerías
A pesar de la completa transformación que algunas industrias tradicionales como la musical y la prensa han vivido con la revolución digital, la edición de libros presenta una transición más lenta desde los soportes en papel hacia las pantallas. Ya sea porque la población lectora tiene perfiles de edad más altos y menos proclives al cambio brusco o que la ergonomía de la lectura en pantallas aún no alcanza a los soportes en papel, que siguen presentado amplios porcentajes de uso.
Algunos expertos sobre las tendencias del mercado editorial como Mike Shatzkin apuntan a que la transición es lenta pero constante y «dentro de 20 años no habrá ferias del libro» (El País, 31/05/2018). Y argumenta que:
Las pantallas son inevitables y cada vez habrá más. Y llegará el momento en el que parecerá una locura llevar un peso para un único uso. Además, es caro. No es gratis publicar un libro. Tienes el papel, la tinta, la impresión, la distribución… Y si eso lo comparas con el coste cero de que todo eso entre en una pantalla… A lo mejor tienes el coste de los derechos, pero ya está. Llegará un momento en el que no será imposible, pero sí complicado, que haya una verdadera razón para que alguien tenga un libro físico.
Los problemas y resistencias que aún se presentan en la edición digital no son de eficiencia del soporte, que tiene varias ventajas en lo que se refiere a la facilidad de la distribución y reducción de costes en aspectos como el consumo de papel que no benefician directamente a la obra escrita, ni al trabajo de los escritores. Las consecuencias negativas que temen los editores y los libreros –quienes en mayor medida se resisten a este cambio– son la alteración del delicado ecosistema económico y cultural distribuido entre centenares de editoriales, librerías y bibliotecas, a favor de gigantes tecnológicos como Amazon o Google cuyos objetivos y criterios de valor pueden ser muy dudosos. La consumación de esta visión sombría del futuro es algo totalmente antitético a cualquiera que piense, como Alberto Manguel, que «las grandes librerías del mundo son las librerías pequeñas» (Jotdown, Mayo 2018). Que el trato con el librero o la consulta de las propuestas que encontramos en una buena librería, con una buena selección de obras, es insustituible.
El valor de una librería especializada o generalista bien seleccionada, con buen trato y hábil para servir a las necesidades del cliente en la labor de recomendar o conseguir ciertos títulos, aún sigue un valor tangible frente para los editores y autores frente a la nebulosa de la comercialización digital. Cada buena librería tiene su público de clientes habituales, con intereses lectores que encajan con la línea que sigue la librería. Saber quiénes son y cómo llegar a estos clientes no es algo que pueda sustituirse de inmediato pero cada vez más, si duda, es algo que quedará bajo la influencia de sistemas de recomendación digital como los desarrollados por Amazon o de publicaciones especializadas que actúen como prescriptores digitales.
Economía editorial
Como ha sido estudiado desde la perspectiva de la estadística y la sociología, el campo de la producción editorial es una de aquellas actividades –que Nassim Taleb denomina propias de Extremistán– caracterizadas por la asimetría y la falta de predecibilidad en la obtención de resultados. Por ejemplo, en el mercado editorial de Estados Unidos, se ha estudiado que alrededor de un 20% de los autores generan un 97% de las ventas. Y que en el género de las novelas, estas asimetrías son aún más acusadas, con un 0,25% de los autores copando un 50% de las ventas. Otras estadísticas nos dicen que la revista The New Worker rechaza cerca de 1.000 manuscritos al día y que los editores más respetados solo publican 1 de cada 10.000 obras propuestas que reciben de autores noveles. Por tanto, son muchos los autores –en ocasiones superando al público de lectores– que no alcanzan el éxito como para vivir a tiempo completo de esta actividad.
La imprevisibilidad de encontrar una recompensa al esfuerzo realizado puede ser algo bueno y malo al mismo tiempo. Un autor puede optar por tres posibles estrategias para enfrentarse a este desafío:
- Dedicarse por completo a su obra priorizando su propio interés frente al éxito comercial. Quizá acabe teniendo éxito en vida, lo tenga después o nunca lo logre y acabe olvidado.
- Disponer un trabajo estable que le permita sobrevivir y dedicar cierto tiempo (mayor o menor) a la producción de su obra. Con suerte, esto también puede llevarle a sustituir por completo una actividad por otra, sin embargo, vivir con la atención dividida entre lo deseable (la obra) y lo necesario (la supervivencia) no siempre da buenos resultados artísticos ni permite lograr la concentración que nos lleva al máximo. Que esta estrategia termine dando buenos resultados depende de la habilidad de la persona de gestionar estos dos modos de vida.
- Ser un autor comercial cuyo objetivo desde un principio ha sido adaptarse una demanda existente, poniendo en un lugar secundario sus intereses personales o minoritarios. Para algunos felizmente sus intereses coinciden con los de la mayoría pero esto no explora nuevos territorios.
La elección entre estas estrategias puras o mixtas es algo ante lo que un librero también tiene que optar. Lo más habitual es la segunda opción: trabajar con una parte de su catálogo con mayor salida comercial y complementarlo con otra de interés temático específico. La justa proporción entre lo popular y lo minoritario.
Son muy poco habituales –por no decir inexistentes– los libreros que trabajan por afición, que tienen recursos ilimitados para dedicarse a ello, o bien otro trabajo paralelo, con el que pagar los gastos fijos si los beneficios no los cubren.
Por otro lado, la autoedición, especialmente la digital, ha abierto el campo a muchos autores que nunca habrían llegado a ser publicados por las editoriales de más prestigio. Este es un segmento de autores que a las librerías no les interesa porque no es fácil de predecir qué nombres acabarán adquiriendo popularidad y teniendo salida comercial. O simplemente porque la calidad de las obras autoeditadas es menor respecto a los títulos que han pasado el filtro editorial que asume los riesgos de la apuesta.
Librerías y bibliotecas en la era digital
Sin duda podemos esperar que, como indican las prospectivas de futuro, cuando se compren muchas más obras en formato digital que en papel, el número de librerías que actúan exclusivamente como espacios de venta de libros físicos –con más o mejor trato y atención– disminuirá.
Podrán sobrevivir aquellas que ofrezcan algo más, como ya hacen algunos nombres destacados en las grandes ciudades, como servicios de bar y restaurante que refuerzan la importancia de estos espacios como lugares de reunión presencial frente a la comunicación digital. O que se conviertan en un centro cultural siendo sede para presentaciones, conferencias, cursos o clubs de lectura. El trabajo de los propietarios y gestores de cada librería que decida asumir estas estrategias mixtas se complicará, por supuesto, porque se verán obligados a trabajar en áreas y compatibilizar aspectos diversos muy diferentes a su experiencia tradicional únicamente dedicada al libro en sí, al contacto con las editoriales, a la selección de títulos con rentabilidad compercial y al servicio al cliente.
Las bibliotecas también tendrá que trabajar con más intensidad su faceta de centros culturales. La labor principal que realizan actualmente de adquirir, catalogar y facilitar el préstamo gratuito de ejemplares, tendrá que completarse también en las próximas décadas con el préstamo digital. Aún hay muchas incógnitas sobre cómo se articulará este cambio tan importante pues supondrá ajustar un sistema consolidando durante décadas, al menos al nivel conseguido en las sociedades del bienestar, que seguirá teniendo sentido para el archivo y el préstamo de obras únicamente disponibles en soporte de papel pero que se volverá obsoleto para las obras que se publiquen exclusivamente para soportes digitales.
Las bibliotecas seguirán teniendo relevancia como centros de estudio y podrán dar más importancia a su faceta de centros culturales con capacidad de realizar programas de conferencias, talleres o debates empleando los recursos económicos que no se inviertan en la adquisición y conservación física de ejemplares. Esta nueva orientación pone en valor lo que tiene sentido como actividad presencial y social es en la que bibliotecas y librerías tendrán que trabajar, buscando la adecuada diferenciación entre sí, para no competir por los mismos públicos y alrededor de las mismas propuestas.
Transformación digital
En todos los sectores, con mayor o menor velocidad observamos los efectos de la transformación digital. Desde la prensa, con revistas que cierran ediciones publicadas durante décadas en favor de nuevos medios digitales; la banca, con oficinas que se concentran y cambian sus tareas principales al ser relegadas a las operaciones que se realizan por medio de la banca electrónica; la distribución comercial, con pequeñas empresas que no necesitan una tienda física y pueden vender en plataformas como Amazon o desde sus propias tiendas digitales; o la educación, con Universidades que amplían la formación impartida a distancia por medio de clases emitidas en vivo o distribuidas en diferido como contenidos multimedia de vídeo, texto y tests.
Esta somera enumeración de los sectores en los que el cambio es más evidente y rápido. Otra como el sector de libro lo están viviendo más lentamente por los condicionantes que hemos expuesto, pero solo es cuestión de tiempo para que el cambio generacional fuerce a las industrias e instituciones a cambiar radicalmente. Ante ello hay que actuar para preservar las dinámicas generadoras frente a las destructoras de la diversidad a las que pueden llevar las fuerzas del mercado y del cambio tecnológico.